Probablemente conoces la historia; pero te invito a escribir mínimo diez oraciones inventando lo que sigue inmediatamente después de este texto.
El 15 de noviembre divisamos entre la espesa niebla una roca, a medio cable de distancia del barco. El viento era tan fuerte que no pudimos evitar que nos arrastrara hacia ella, y en ella nos estrellamos. Remamos, seis tripulantes, unas tres leguas, hasta que, exhaustos, nos fue imposible seguir. Al cabo de una hora, una violenta ráfaga del norte volcó la barca, y no supe más de mis compañeros. Nadé al azar, y cuando estaba casi agotado y no podía luchar más, hice pie. La tormenta había amainado. El declive era tan pequeño que anduve cerca de una milla para llegar a tierra, a la playa, y a ella arribé a eso de las ocho de la noche. Avancé tierra adentro sin descubrir señal alguna de casas ni habitantes. Me tendí en la hierba, que era corta y suave, y dormí lo más profundamente que recordaba haber dormido toda mi vida, y durante unas nueve horas, pues al despertarme amanecía. Intenté levantarme, pero no pude moverme. Me había echado de espaldas, y tenía los brazos y las piernas fuertemente amarrados a ambos lados del terreno, y mi cabello, largo y fuerte, atado del mismo modo. Delgadas ligaduras me cruzaban el cuerpo desde debajo de los brazos hasta los muslos. Solo podía mirar hacia arriba. El sol empezaba a calentar y me molestaba en los ojos…
El 15 de noviembre divisamos entre la espesa niebla una roca, a medio cable de distancia del barco. El viento era tan fuerte que no pudimos evitar que nos arrastrara hacia ella, y en ella nos estrellamos. Remamos, seis tripulantes, unas tres leguas, hasta que, exhaustos, nos fue imposible seguir. Al cabo de una hora, una violenta ráfaga del norte volcó la barca, y no supe más de mis compañeros. Nadé al azar, y cuando estaba casi agotado y no podía luchar más, hice pie. La tormenta había amainado. El declive era tan pequeño que anduve cerca de una milla para llegar a tierra, a la playa, y a ella arribé a eso de las ocho de la noche. Avancé tierra adentro sin descubrir señal alguna de casas ni habitantes. Me tendí en la hierba, que era corta y suave, y dormí lo más profundamente que recordaba haber dormido toda mi vida, y durante unas nueve horas, pues al despertarme amanecía. Intenté levantarme, pero no pude moverme. Me había echado de espaldas, y tenía los brazos y las piernas fuertemente amarrados a ambos lados del terreno, y mi cabello, largo y fuerte, atado del mismo modo. Delgadas ligaduras me cruzaban el cuerpo desde debajo de los brazos hasta los muslos. Solo podía mirar hacia arriba. El sol empezaba a calentar y me molestaba en los ojos…